CAPÍTULO 20: Los
deberes.
Durante todo el
invierno estuvieron yendo a la escuela, y fray Perico se divertía mucho los
días de nieve: como estaba el camino helado y era cuesta abajo, fray Perico se hizo un trineo con la artesa de amasar el
pan, y bajaban los dos montados en el vehículo a una velocidad fantástica,
desde la puerta del convento hasta la misma escuela.
Una vez, los
chicos de la escuela, que eran de la piel del diablo, llenaron la alforja de
Calcetín con nieve. El borrico, al entrar en la escuela, se acercó a la estufa;
el calorcillo derritió la nieve y, ¡qué charco se formó!
─ ¿Qué ha pasado
ahí? ─gritó el maestro muy enfadado.
─ El borrico, que
se ha hecho pis ─dijeron los muchachos.
El maestro ordenó
a fray Perico echar serrín, regañó severamente al borrico para que fuera más
cuidadoso y lo dejó sin comer. Entonces fray Perico echó encara a sus
condiscípulos su poco compañerismo al descubrir al maestro la falta que había
cometido el asno. Pero al burro le importó poco el castigo, pues en un descuido
se comió el bocadillo de pan y chorizo que traía el maestro para desayunar.
Y todos
celebraron mucho la ocurrencia del asno. Hasta el maestro, que se reía con
disimulo escondiendo la cabeza tras el libro de matemáticas.
Había llegado la
primavera, y el burro había aprendido a leer y a escribir, a sumar y a restar.
Fray Perico no había aprendido ni jota. Fray Olegario le preguntaba todos
los días:
─ Fray Perico,
¿qué has aprendido hoy en la escuela?
─ A jugar a las
bolas.
─ ¿Y cómo es eso?
Fray Perico
sacaba unas bolas y enseñaba a jugar a los frailes. Una tarde, fray Perico sacó
un utensilio de las alforjas.
Los frailes le
rodearon.
─ ¿Qué es eso?
─ Un peón.
─ ¿Y cómo
funciona?
Fray Perico bailó
el peón, y los frailes quedaron maravillados. Los religiosos aprendieron
pronto, y todas las tardes, en la biblioteca, se jugaban el postre,
o la capucha, o las sandalias. Mientras, fray Perico y el asno hacían sus
tareas. Pero, ¡qué tareas! Fray Perico arrancaba unas hojas del libro y hacía
unos barcos y unos molinillos de papel que dejaban a los frailes con la boca
abierta. Estos, cuando no los veía el prior, se colocaban con un alfiler, un
molinillo en la punta de la capucha, y con el aire había que verlos girar.
Sobre todo cuando los frailes corrían por el pasillo o se deslizaban por las
tablas enceradas. En las celdas, cada fraile ponía su barquito en la palangana
y se pasaba las horas muertas viéndolo navegar.
El convento había
cambiado. A los libros les faltaban la mitad de las hojas. El padre superior se
tiraba de los pelos. Los frailes, cuando se cansaban de estudiar, se tiraban
bolitas de papel, o ponían lagartijas en las camas, o cazaban moscas al vuelo.
Todo eran cosas traídas por fray Perico, que llenaba de alegría el convento. Se
jugaba al parchís por los rincones, y fray Olegario hacía unas trampas
tremendas.
San Francisco
sonreía desde su altar y se alegraba cuando oía jugar a sus frailes a la
gallinita ciega o a policías y ladrones.
─ ¿Sabéis cazar
grillos? ─preguntó un día fray Perico.
─ No ─dijeron los
frailes.
Fray Perico les
enseñó a cazar grillos con una pajita. Cada fraile tenía un grillo en su celda,
y por la noche armaban un ruido tremendo con su gri, gri.
Hasta San
Francisco tenía cinco en su capucha; fray Perico los había
cazado junto al estanque. A la hora de maitines, casi tapaban las voces roncas de losfrailes.
El santo se frotaba las manos y decía:
─ ¡Cuántas cosas
ha aprendido mi fray Perico en la escuela!
San Francisco,
con ver el convento sonriente, lleno de ruidos diversos, de martillos, sierras,
morteros y tijeras, de carreras de frailes, de repiques de campanas, de
maullidos, cacareos y rebuznos, estaba satisfecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario