CAPÍTULO 19: ¡A
la escuela!
Al día siguiente,
el padre superior llamó a fray Perico, le montó en el borrico y dijo:
─ ¡A la escuela!
Y no se te ocurra pararte a tomar una seta o una hoja de perejil en el
camino.
Fray Perico,
llorando, tomó su cartera y se presentó a la puerta de la escuela acompañado
del borrico.
Estaba el maestro
sentado a su mesa y el borrico asomó la cabezota por la ventana y dio un par de
mordiscos en el sombrero de paja que estaba colgado en la percha. ¡Qué susto se
pegó el pobre maestro!
Los muchachos
salieron por las ventanas y rodearon a fray Perico, que estaba subido en su
asno como un patriarca. El maestro, un hombre viejecito y calvo, salió muy
enfadado con los restos del sombrero en la mano:
─ ¿Qué deseas,
hermano?-Quiero aprender a leer, a escribir y a hacer cuentas.
─ Pues entra,
pero deja el borrico atado a ese árbol.
Fray Perico lo
ató y entró en la escuela. Todos los muchachos querían que el fraile se sentara
a su lado y le llamaban y le ofrecían lápices y gomas, avellanas y sacapuntas.
Pero el maestro
le puso en el primer banco para tenerlo cerca de su vara, pues el fraile, desde
que entró, no hacía más que repartir estampas y tirar de las orejas a
los más traviesos, diciéndoles que fuesen buenos. Así que se sentó fray Perico,
el burro, que se vio solo, comenzó a rebuznar, y el maestro tuvo que cerrar las
ventanas pues no podía explicar la lección.
Mas el asno
rompió la cuerda que lo sujetaba, se acercó a la puerta, y de un par de coces
hizo saltar la cerradura y un trozo de madera con un estruendo terrible.
─ ¡Adelante!
-dijo el maestro. El animal buscó dónde estaba el fraile y, pasillo adelante,
se colocó junto a él ante el asombro del maestro y el regocijo de todos los
discípulos.
─ ¿Sabe leer?
-preguntó el maestro, asombrado, observando que el asno miraba muy atento la
cartilla de fray Perico.
─ Más que yo
-dijo el fraile-. Sabe las vocales.
Fray Perico le
señaló la a, y el burro rebuznó una a tan sonora que el maestro se tapó los
oídos por no quedarse sordo.
─ ¡Basta! ¡Basta!
-gritó el maestro-. Prefiero que escriba, así tendrá la boca cerrada.
Fray Perico puso
el lápiz en los dientes del pollino, y éste, moviendo la cabeza, llenó de
palotes un cuaderno entero. El maestro estaba patidifuso y preguntó que si
sabía también sumar.
─ No sé si sabrá
-contestó fray Perico-. Pregúntele.
El maestro
interrogó al asno:
─ Una y una
¿cuántas son?
El burro dio un
par de coces que derribaron la mesa del maestro patas arriba. El maestro
se puso perdido de tinta y se limpió con el trapo de la pizarra.
─ ¡Caramba, pues
sí que sabe!
El maestro apuntó
en la lista a sus dos nuevos alumnos, pero aconsejó a fray Perico que pusiera
un bozal a su asno, pues mientras escribía los nombres, el pollino se había
zampado el libro de geografía que tenía las pastas verdes, la papelera de
mimbre y lo que aún quedaba del sombrero de paja.
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