CAPÍTULO 13: El anillo prodigioso.
Fray Perico trajo el anillo y se lo
puso en el dedo al avaro, y luego apagó la luz. Un tenue resplandor iluminaba
la estancia como si un gusanillo de luz estuviese escondido debajo de las
sábanas. El usurero dormía profundamente. Tenía el anillo bien apretado en la
mano para que el fraile no se lo quitara. Fray Perico abrió del todo el
ventanuco a fin de que entrase la luz de la luna. Miró al enfermo y vio su cara
hinchada y rugosa.
¾ ¡Cuánto debe sufrir! ¾pensó.
Fray Perico se fue a fregar los cacharros y barrer el suelo mientras
pedía de todo corazón a San Francisco que curara a aquel hombre.
¾ San Francisco, mírale que feo está. Todo el
mundo dice que es un cascarrabias y un usurero, pero a nosotros nos prestó los
quince reales para el burro.
En ese momento despertó el enfermo, pidió agua y miró debajo de la
almohada. ¿Sabéis por qué? Porque era un desconfiado y quería saber si fray
Perico se había llevado su jamón.
¾ No ¾dijo¾. Aquí está. Y tú también, fray Perico; estás
esperando a que me muera para robarme.
Luego miró el anillo para verlo brillar y dio un grito terrible:
¾ ¡Dios bendito! ¿Es posible? ¡Se ha curado!
¡Mira, fray Perico: mi mano podrida se ha curado!
¾ ¡El anillo! ¾exclamó fray Perico¾. ¡Es el anillo el que le ha curado! ¡Dios
sea bendito!
¾ ¿El anillo? Ya decía yo que tenía algo
mágico. ¿Quién te lo dio, fray Perico?
¾ San Francisco, San Francisco me lo prestó
para comprar mi borrico.
Entonces el viejo se frotó tembloroso sus heridas en él; según las tocaba
se iban curando y su piel quedaba limpia.
El avaro salió disparado escaleras abajo con su gorro de dormir y su
camisón blanco:
¾ ¡Me he curado! ¡Me he curado!
Fray Perico iba detrás dando gritos y saltos que hicieron despertar a
todos los vecinos del pueblo. Éstos brincaron de la cama y se restregaron los
ojos por si estaban soñando. No, no soñaban. Allí estaba en la plaza el señor
Hildebrando, que jamás salía de su casa, subido en el pilón de la fuente y
gritando:
¾ ¡Venid, venid, vecinos: San Francisco me ha
curado! ¡Voy a devolveros todo, pues no quiero que me llaméis usurero!
Mientras, fray Perico tocaba la campana de la iglesia y la gente bajaba a
tropel a la plaza; se abrazaban unos a otros y miraban asombrados al usurero
como si acabara de descender del cielo.
El tío Zanahorio salió de la posada en calzones alumbrándose con un
candil, e invitó a todos a beber gratis en su taberna.
El usurero subió luego a su casa, abrió su baúl y repartió el dinero
robado a cada uno; distribuyó también la ropa y otros objetos a sus dueños.
¾ Esta chaqueta es del tío Carapatata.
¾ Estas botas, de Aurelio, el Pistolas.
¾ Esta sartén, de la Castaña, la tuerta.
¾ Estos pantalones, del señor Zanahorio.
Luego tomó el jamón y el anillo y dijo:
¾
Toma, fray Perico, mi jamón por haberme aguantado. Y este anillo se lo
devuelves a San Francisco de mi parte. Y le dices que iré a darle las gracias
por lo que ha hecho por mí.
En esto bajaron los frailes presurosos al oír la campana y el jaleo, y se
enteraron de pe a pa de todo lo ocurrido en el pueblo con fray Perico y el
usurero. Y muy apenados por el mal que le habían hecho, se acercaron a él:
¾ Perdónanos, hermano. Hemos sido unos
alcornoques sin pizca de caridad.
Fray Perico, muy humilde, se estaba comiendo su jamón en un rinconcillo,
y los abrazó diciendo:
¾ ¿Sabéis una cosa? Ya tenemos un nuevo
fraile en el convento. Lo tengo atado ahí abajo.
Los frailes se rascaron la coronilla:
¾ ¿Quién será y por qué lo tendrá atado?
Fray Perico corrió a la calle, subió al borrico por las escaleras y dijo.
¾ Aquí está. Se llama fray Calcetín.
¾ ¡Ah! ¡Pero si es el borriquillo!
Los frailes rieron de buena gana, abrazaron a su nuevo hermano y
pidieron muchas veces perdón a fray Perico por lo del burro. Luego subieron muy
contentos al monasterio, y todos se pegaban por ir montados en el burro.
¾ Debo montar yo, que para algo soy el
superior.
¾ No, no. Yo que so-soy
tar-tar-tar-ta-ta-mu-mu-do.
¾ No, no. Yo, que para algo soy el organista.
¾ No, no. Yo, que para algo soy el cocinero.
Y mientras discutían, fray Olegario se subió en el burro diciendo:
¾ Monto yo, que para algo tengo noventa años.
A todos les pareció lo más justo, pero en medio del camino dijeron:
¾ ¿Y si se cansa el burro?
¾ Es verdad. Me bajaré ¾dijo fray Olegario.
Entonces fray Sisebuto, el herrero, que doblaba una barra de hierro con
los dientes y levantaba piedras de cien kilos, tomó al burro en brazos y lo
subió al convento.
¾ ¿Pesa mucho? ¾le decían.
¾ ¡Qué va! Podría llevar media docena más.
Así que llegaron, los frailes entraron en la iglesia a rezar y vieron a
San Francisco con una cara de guardia que asustaba. Humildicos y pesarosos
rezaron con la cabeza gacha.
Después de rezar, levantaron la cabeza. ¡Pero que si quieres! San
Francisco seguía más serio que un ocho. Los frailes se miraron apenados. De
pronto, San Francisco comenzó a reír y a mirar con los ojos alegres, como aquel
día en que se durmió fray Perico rezando.
Glu, glu, glu, se oyó
en el silencio. Volvieron la cabeza los frailes y, ¿qué diréis que vieron? Pues
al borrico, que estaba metiendo los hocicos en la pila del agua bendita, y a
fray Perico, que le daba en las orejas con una vela.
¾ ¡Quita, Calcetín! Eso es un pecado muy
gordo.
Al ver reír a San Francisco, los frailes saltaron de gozo y presentaron
el borrico al santo y besaron al burro en las orejas. Aquel día fue un día muy
feliz para San Francisco y los frailes, para fray Perico y su borrico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario