CAPÍTULO 15


CAPÍTULO 15: El lobo.

Los pastores estaban aterrados: un lobo grande y hambriento había llegado de la sierra acosado por el hambre, atacaba a los ganados y se comía las ovejas, las gallinas y todos los animales que encontraba.

Por la noche se le oía aullar, y los aldeanos se acurrucaban en la cama, con los pelos de punta. Un guarda perdió al correr el sombrero y los zapatos, y el lobo se los comió sin dejar más que los cordones.

Los frailes temían por Calcetín. Por la noche hacía uno guardia con una estaca, en la puerta; por la mañana no le dejaban salir a la puerta y, si salía, iban todos alrededor, cada uno con una escoba.

Así estaban las cosas cuando un buen día el lobo desapareció; ya no entraba en los corrales, ya no se encontraba ninguna oveja despedazada, ya no había rastro por la nieve. ¿Se habría muerto de frío?

Una tarde, fray Perico fue a vender cacharros al pueblo. Cuando volvía con un jamón que le habían regalado, vio al lobo pillado en un cepo. Lanzaba unos aullidos lastimeros, pero en la boca le asomaban unos colmillos horribles de grandes y los ojos parecían dos carbones encendidos.

Tentado estuvo el fraile de echar a correr, pero pensó que los vecinos eran muy rencorosos y matarían al lobo sin piedad cuando lo vieran indefenso. Entonces le echó el jamón, y el lobo se lo comió en un santiamén, con hueso y todo; después se relamió y abrió la boca por lo menos tres cuartas. «Tiene hambre ¾pensó fray Perico¾. Si lo suelto no le costaría mucho comernos al burro y a mí sin dejar ni los huesos; pero tengo que soltarlo, pues si no, se morirá sin remedio.»

De pronto se acordó de que llevaba en el bolsillo el rosario de San Francisco. Lo sacó con mano temblorosa y rezó lo menos doscientos o trescientos rosarios, pidiendo a San Francisco por el lobo. Muy despacio, muertecito de miedo, se acercó al animal y le ató el hocico con el rosario de San Francisco. El lobo podía haberle dado un mordisco, pero se estuvo quieto y apagó el fuego de sus ojos. Alguna virtud extraña tenía aquel rosario.

El fraile abrió el cepo que aprisionaba las patas del lobo, le curó como pudo las heridas con su pañuelo y le dijo:
¾ ¿Te vienes al convento?

El lobo dudó un poco, pero siguió a fray Perico, que, montado en el burro, tomó la cuesta abajo. Unos leñadores, cuando vieron al lobo detrás de fray Perico, tiraron las hachas y se subieron a un pino muy alto. El tío Carapatata, el molinero, se metió en un saco de harina. El tío Pistolas, el cojo, tiró las muletas y llegó más deprisa al pueblo que cuando tenía las dos piernas sanas.

Y fray Perico llegó al convento con el lobo detrás y corrió a la iglesia a dar las gracias a San Francisco.
¾ Mira quién está aquí ¾dijo fray Perico¾. Si no es por tu rosario, no nos deja ni la capucha.
¾ Acércate ¾dijo San Francisco. Y el lobo, temblando, se acercó a sus pies con el rabo entre las piernas¾. ¿Cuántas ovejas te has comido?

El lobo no respondió. Fray Perico echó las cuentas con los dedos en un libro donde tenía todo apuntado con rayajos y palotes.
¾ Treinta y siete se ha comido en un mes ¾dijo al fin el fraile.
¾ ¿Y cuántos cerdos has devorado, hermano lobo? ¾siguió San Francisco.
¾ Dieciocho ¾dijo fray Perico.
¾ ¿Y cuántas gallinas?

El lobo no contestó, sino que se escondió detrás de fray Perico.
¾ Doscientas treinta y cinco ¾dijo fray Perico.
¾ ¡Qué barbaridad!
¾ Tenía hambre, padre Francisco ¾intercedió el fraile a favor del lobo¾. Yo también, cuando tengo hambre, le quito las cosas a fray Pirulero.
¾ Ya, ya lo sé. ¿Qué te parece a ti si el lobo te comiera una pierna?
¾ Sería horrible.
¾ Pues también es horrible que se coma las ovejas, las gallinas y los cerdos como si tal cosa.
¾ No lo volverá a hacer, padre Francisco...
¾ Eso espero.

Entonces el lobo, que estaba acurrucado en un rincón, echó muchos lagrimones por los ojos, se acercó a San Francisco y le puso una pata en las sandalias para mostrar su arrepentimiento.
¾ De hoy en adelante dormirás en el monte ¾ordenó el santo¾, y todos los días vendrás al convento a comer, fray Perico cuidará de ti.

Fray Perico lo abrazó muy contento, luego lo ató con el cíngulo y se lo llevó a la cocina para darle de comer. Por los claustros encontraron a fray Olegario apoyado en su bastón; como era tan corto de vista, le pisó el rabo al lobo y éste le dio un mordisco en el hábito y le hizo un siete.
¾ Quieto, hermano lobo ¾dijo fray Perico.

El padre Olegario, cuando se puso los anteojos y vio al lobo con aquellos dientes tan grandes, tiró el bastón y salió dando zancadas por el pasillo. Subió las escaleras de cuatro en cuatro para encerrarse en la biblioteca. Poco después, fray Sisebuto dobló una esquina con un saco de carbón para la fragua y se tropezó con fray Perico, que regañaba al lobo por tener tan mal genio. Fray Sisebuto dio un salto, tiró el saco y fue a esconderse en el fondo de la carbonera.

Estaban los demás frailes comiendo en el comedor, y fray Perico dijo al lobo:
¾Ven, comerás con mis hermanos. Hoy tenemos patatas con arroz y te gustarán.

Al llegar, los frailes regañaron mucho a fray Perico:
¾ ¿Cómo has tardado tanto? Teníamos miedo por ti y por Calcetín.
¾ He tardado porque me encontré a un amigo en el camino. Tiene hambre.
¾ Dile que pase y que coma ¾dijo fray Pirulero yendo por un plato a la cocina.

Fray Perico dijo:
¾ Entra, hermano lobo.

Al ver los frailes al lobo tiraron las cucharas, las sillas y los vasos y salieron corriendo. A fray Pirulero, que llevaba una pila de platos, se le cayeron todos al suelo. Los frailes, unos se metieron en el horno del pan, que estaba apagado; otros se subieron a lo alto del campanario; fray Bautista se encaramó encima del órgano; fray Silvino se metió en una cuba llena de vinagre y tapó la boca con una tapadera. El lobo estaba apesadumbrado por lo ocurrido, bajó la cabeza y pensó:
¾ Esto me pasa por ser tan malvado; todos me huyen, tienen miedo de mí.

Fray Perico le consolaba:
¾ Hermano lobo, no estés triste. Cuando vean que eres bueno te querrán como yo.
En esto llegaron todos los hombres del pueblo, armados de escopetas, hoces, palos y sillas para matar al lobo y librar a los frailes, que tocaban las campanas a rebato pidiendo auxilio. Salió fray Perico seguido del lobo y todos se subieron a los árboles o se lanzaron al balsón tirando las escopetas, llenos de miedo.

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